Que es el Coaching realmente?
- Elisa Ismerai Ramirez Mireles
- 29 mar 2022
- 5 Min. de lectura
Publicacion de Alberto Bauchot 29 de Marzo 2021.
Todo quehacer humano (praxeología) está, consciente o inconscientemente, informado y determinado, en última instancia, por tres aspectos fundamentales: una concepción del ser humano (antropología); su lugar y su modo de inserción en el todo (cosmología) y la finalidad de su existencia (teleología). Las dos últimas están en función de la primera, y se encuentran estrechamente entrelazadas.

El coaching, en tanto actividad humana, no es la excepción. Sostenemos, y compartimos con diversas tradiciones, que el ser humano tiene una composición tripartita: cuerpo (soma), alma (psique) y espíritu (pneuma), De igual modo, sostenemos que el ser humano forma parte de una gran cadena del ser que se encuentra a medio camino entre la animalidad y la divinidad, entre la periferia y el centro, y cuya finalidad y vocación última es el regreso al ser, al origen, la divinización o deificación (theosis), santificación (hagiasmos) o espiritualización (pneumatopoiesis). Estos conceptos y postulados, sencillamente expuestos, colorean y sustentan el contenido de este texto de principio a fin y sostienen nuestra práctica de coaching, un coaching centrado en el ser, y no en el hacer o el tener.
“El ser humano no puede explicarse en términos de sí mismo.” (Clément, 2000, p. 10). Únicamente puede explicarse im-plicándose en algo mayor que él mismo. La explicación viene por implicación.
27. El ser humano es un “anthropos”, debatido entre la materialidad más abyecta y la espiritualidad más sublime. Ese es el milagro y la tragedia. Y los dilemas, conflictos y quiebres que un ser humano enfrenta se encuentran insertos y determinados, en última instancia, por este dilema inicial y por la posición que ocupa en el gran concierto cósmico.
“¿Qué significa que el hombre sea el único ente al que el ser se manifiesta o que puede descubrir el ser?...Sólo el hombre es y comprende su ser….Porque el ser, siendo lo supremamente obvio es, sin embargo, lo más difícil de discernir temáticamente…El ser es el horizonte donde todo cobra forma o sentido….El hombre no es simplemente, como los entes que le hacen frente y no son hombres, una sub-stancia, sino que es una supra-sustancia ” (Dussel, 1973a, p. 43-46). Introducción de una ontología metafísica de entrada en esta propuesta.
“El hombre está situado en la encrucijada de dos mundos…Conoce su grandeza y su poderío, al mismo tiempo que su debilidad y su fragilidad; su libertad imperiosa y su dependencia servil…Criatura extraña, desdoblada y con doble sentido, que tiene una faz augusta y otra de esclavo, que es libre y encadenado, débil y fuerte, que une en una sola esencia la grandeza con la insignificancia, lo eterno con la caducidad.” (Berdyaev, 1978, pp. 64-65).
30. Recordemos la en ocasiones tristemente célebre frase de Nietzsche: “El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el hombre que se trasciende (el superhombre), una cuerda sobre un abismo. Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso estar en camino, un peligroso mirar hacia atrás, un peligroso estremecimiento y un peligroso detenerse. La grandeza en el hombre consiste en ser un puente y no una meta: lo que se puede amar en el hombre es que es un tránsito y un ocaso, un pasaje ascendente y una decadencia.” (Nietzsche, 2010, p. 23).
Y dado que es un puente, el ser último no está sobre el puente. Construir el ser sobre ese puente es anular al ser. De ahí que la palabra pontífice (del latin pontifex, constructor de puentes) se pueda aplicar al ser del interpre. El ser humano es un constructor de puentes entre la sub-humanidad y la supra-humanidad. La individuación es el camino sugerido por Jung para este construir un puente de regreso al centro, a la tierra perdida.
“La mente humana, si es que quiere conservar su sanidad, debe mantener el más delicado balance entre la unidad y la pluralidad. Hay momentos en los que debe tener un sentido de comunión con el ser absoluto, y la obligación de los más altos estándares que esto implica; otros momentos cuando debe verse a sí misma simplemente como una fase pasajera del eterno flujo y relatividad de la naturaleza; momentos cuando, en palabras de Emerson, se debe sentir ´solo con los dioses solo´, y momentos cuando, como dice Saint-Beuve, debe contemplarse a sí misma como ´la más fugitiva de las ilusiones en el seno de la infinita ilusión.´ Si la nobleza del hombre radica en su relación con el Uno, es, al mismo tiempo, un fenómeno entre otros fenómenos, y solo bajo su propio riesgo y peligro puede negar su ser fenoménico.” (Babbitt, en Gamble, p. 536).
Nadie tan categórico como Pascal para referirse a la condición del ser humano, cuando se pregunta “¿cómo podríamos definir al hombre sumido en la naturaleza? Una nada ante el infinito, una plenitud ante la nada, un organismo suspendido entre la nada y el todo…El hombre se encuentra siempre en medio de dos extremos infinitos…La naturaleza nos ha situado justo en medio de la balanza y la menor oscilación nos desequilibra. Todo lo que está fuera de nuestro justo medio es desequilibrio…Éste y no otro es nuestro verdadero estado; nuestra incapacidad para conocer algo con absoluta certeza combinada con nuestra incapacidad de ignorar algo completamente. El ser humano se agita en una zona intermedia, siempre suspendido e inseguro…No hay manera de que una entidad finita fije nada en el seno de dos infinitos que lo contienen y lo esquivan.” (Pascal, 2016, pp. 30-34).
Y más radicalmente, asevera “qué peligro hay en recordarle al hombre con demasiada frecuencia el gran parecido que guarda con las bestias. Si actuamos así conviene recordarle también a menudo su grandeza. Y es igual de peligroso permitirle que se recree en su grandeza sin mencionarle de vez en cuando su animalidad y miseria. Pero lo más peligroso de todo es dejarle en suspenso, ignorante de una cosa y de la otra…El hombre no sólo debe creer que se parece a los ángeles, no sólo debe creer que se parece a las bestias; tampoco puede ignorar una de las dos cosas. Es imprescindible que esté al corriente de ambos parecidos…El ser humano no es ni un ángel ni una bestia…” (Pascal, 2016, pp. 75-76).
“No hay posibilidad de un vínculo global entre todos los seres humanos con base en un humanismo secular. La naturaleza humana es demasiado turbulenta e inestable para ser la base de la unidad entre los pueblos y las razas…” (Nasr, 2000, p. 74).
Por ello, y al ser el ser humano el símbolo fundamental por naturaleza, ligando la sub-stancia con la supra-sustancia, la inmanencia con la trascendencia, la física con la metafísica, lo óntico con lo ontológico, “su ser “nunca puede ser aprendido (ni aprehendido) por el ´pensar´, como se lo imaginaba el idealismo o la metafísica moderna.” (Dussel, 1973a, p. 50). Incluso, como lo imagina el humanismo des-ontologizado contemporáneo.
El coaching puentea, a través del lenguaje, entre dos seres y sus dos infinitos. Es un puente entre el yo y el otro, y entre la finitud y la infinitud de ambos. Y este puente es un proceso fenomenológico-hermenéutico de captación e interpretación, de identificación y distanciamiento, de fusión y fisión, de otredad y mismidad. De simbolismo y analogía, a fin de cuentas.
El coaching es un proceso de intercambio dialógico. Se da en y a través del lenguaje intercambiado entre dos personas, entre dos seres, con una diferencia capital a lo citado por García-Baró: uno de los interlocutores está entrenado para poder escuchar y hablar de tal suerte que lo que el resultado de dicho diálogo que uno de los interlocutores busca intencionadamente, debe realizarse de tal suerte que ambos salgan del mismo habiendo alcanzado niveles de congruencia, comprensión y de conciencia más elevados sobre sí mismos que con los que iniciaron dicho diálogo. Uno de los interlocutores, el coachee, espera cabalmente eso. El otro, el coach, sabe que sucederá inevitablemente en él como consecuencia del cambio en el primero.
Publicacion de Alberto Bauchot 29 de Marzo 2021.
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